SEXTA SEFIRÁ: TIFÉRET, BELLEZA.





Podemos considerar a Tiféret como el punto culminante o cumbre de los procesos descritos en las cuatro sefirot inferiores, en las que priva la multiplicidad creciente de los mundos formativo y físico frente a la unidad, si bien diversificada, de las esferas superiores. Igualmente, de arriba abajo, podemos considerar también a Tiféret como puerta de descenso de las energías tipificadas por las cinco Esferas por encima de ella. Se trata, pues, de un punto de inflexión importante en el esquema general del Árbol de la Vida.

Ya se ha aludido algo sobre ello al hablar del simbolismo de la luz policromada. Se dijo que Nétsaj, la séptima Esfera, era el principio de dispersión de las fuerzas, las cuales existían en superposición armónica en el rayo de luz blanca. Y que este rayo de luz blanca provenía de esta sexta sefirá, Tiféret, que, dicho sea de paso, es siempre descrita mediante el simbolismo solar la fuente de luz (1).

Y es que en Tiféret sel da una coexistencia de dos aspectos del ser en apariencia irreductibles, lo "uno y lo "múltiple", pero que en esta Esfera se hallan en armonía y proporción de partes.

¿Qué es lo que hace que un conjunto se constituya en un todo integrado que es más que la suma de sus partes? La respuesta no es otra que la cualidad de "centro": la posesión de un punto equidistante que media entre las polaridades, resuelve las contradicciones, integra las disparidades y sostiene en equilibrio a las fuerzas centrífugas y centrípetas que mantienen al conjunto en una estabilidad dinámica.

La centración es la puerta que permite la manifestación de la esencia ideal (espiritual) que hace a cada cosa ser lo que es. En Tiféret, las cosas no son imaginadas (Yesod), pensadas (Hod), sentidas (Nétsaj), ni mucho menos percibidas (Maljút): simplemente son. Y la cualidad que irradian es la Belleza, que resulta de la armonía, de la proporción, del equilibrio.

Tiféret es el centro del Árbol de la Vida y, como tal, el punto de equilibrio natural de todo él. Se halla a media distancia entre lo de arriba y lo de abajo, entre la derecha y la izquierda, y además está conectada mediante un canal (ocho en total) con todas las sefirot salvo con Maljút (2) (ver el Esquema del Árbol de la Vida). Tiféret es, por tanto, el "sendero del medio" por excelencia, el centro de las cosas.

Y, como hemos dicho, el centro brilla e irradia esa cualidad única de ser que llamamos Belleza. La Belleza es, pues, la cualidad del puro ser de las cosas. La Verdad aclara la relación entre lo uno y lo múltiple: lo múltiple se halla contenido en lo Uno (y por tanto tiene una realidad relativa. Esto hace una referencia a la quinta sefirá: Guevurá). El Bien hace participar a lo múltiple de la unidad; lo Uno llena o rebosa a lo múltiple (Esta es una referencia a la cuarta sefirá: Jésed). La Belleza resulta de la armonía entre lo Uno y lo múltiple, ambos en su plano, pero en relación mutua constante.

Precisamente por lo mismo, Tiféret es una esfera de Iluminación. Su cualidad es la de "claridad de visión". Su modo de conocer es directo, de la naturaleza de la intuición superior que percibe las cosas en su centro y, por tanto, en su integridad.

De esta sefirá se ha dicho especialmente: "Conócete a ti mismo". Porque Tiféret es para la persona lo que le hace ser un individuo, es decir, indiviso: el ipse, self o sí-mismo, lo que de verdad es. "Conócete a ti mismo" es la instrucción dada por Dios a Abram: (Gen: 12-1), "Ve a ti", que se traduce corrientemente por "Vete (de tu país, etc.)". La Tora no dice nada de la vida de Abram previa a este punto porque, de hecho, carece de importancia, ya que a partir de este momento empieza su vida verdadera.

El ego yesódico, el centro de nuestra conciencia ordinaria, aquello a lo que nos referimos cuando decimos "yo", no es de hecho una entidad en sí. Es más bien una estructura compleja, un "complejo", para utilizar los términos de la psicología junguiana. Para Jung, un complejo es un agregado de energías y contenidos psíquicos constelados alrededor de un núcleo que es de naturaleza arquetípica. Sus raíces se hallan, pues, en esa región profunda de la psique que es "objetiva", en el sentido de compartida, y que Jung llamó inconsciente colectivo.

Según nuestra conciencia va ascendiendo por la columna central del Árbol de la Vida (como describimos en el espacio "Las tres columnas") nuestro sentido de identidad -de ser en general y de ser verdaderamente nosotros mismos en particular- también se desplaza y se amplifica en círculos cada vez más abiertos, tocando estratos cada vez más profundos -personales e impersonales- hacia ese núcleo arquetípico final que llamamos superself (Kéter).

El ego ordinario tiene su raíz personal en el self o sí-mismo de Tiféret fel verdadero yo, lo que de verdad soy). Para la personalidad corriente este sí mismo no se halla manifestado, no ha nacido todavía -por utilizar la metáfora del segundo nacimiento- a la experiencia consciente.

La razón es la identificación con una versión restringida de nuestro ser total: lo que nos creemos que somos, lo que la sociedad, la cultura, o simplemente los demás, nos han dicho que somos (y que hemos interiorizado en un entramado yesódico de pautas, ideas y sentimientos al nivel de una programación inconsciente), nuestra autoimagen, la personalidad de nuestros nombres y apellidos y de nuestros roles sociales. Desde el punto de vista de Tiféret, todo ello no es más que circunstancial, convencional. El sí mismo simplemente ES. Y no hace otra cosa. El es el centro inmóvil en medio de las condiciones cambiantes, el YO SOY desidentificado del conjunto psicosomático cuerpo/ideas/sentimientos; el YO SOY sin especificaciones; la conciencia dinámica de mi esfera de manifestación. Pero no puede surgir mientras que la totalidad de la personalidad -no sólo sus partes aceptadas, sino también rechazadas por nosotros mismos- no se haga presente (porque estas partes compiten por mi energía psíquica y tratan de regirme desde el inconsciente, mientras que mi ego se hace la ilusión de que realmente tiene el control). Tan simple como decir, mientras que no seamos lo que somos, nuestro ser no se manifiesta.

Y ello no es un proceso fácil: es doloroso reconocer y aceptar como propias aquellas partes de nosotros mismos que siempre hemos (nuestro ego) rechazado. Es doloroso renunciar a aquellas partes de nuestras vidas a las que nos aferramos, quizá en aras de una seguridad, o para evitar un sufrimiento emocional, o por cuidar la propia imagen, pero que precisamente bloquean el camino de nuestra auténtica auto expresión. Y es difícil pasar por encima de nuestras racionalizaciones, justificaciones e identificaciones que nos impiden ver claramente y medirnos con nuestra verdadera realidad.

Por eso Tiféret exige sacrificio. Para acceder a Tiféret puede que tengamos que sacrificar muchas ideas falsas sobre nosotros y aprender a vernos con honestidad. Puede que tengamos que sacrificar afectos y sentimientos que, en nuestra dependencia de ellos, bloquean la expresión de nuestra naturaleza. Puede que tengamos que sacrificar la seguridad de nuestras posiciones materiales. Nadie puede decirlo. Porque el sí mismo de cada uno es algo personal, único e intransferible. El camino a su propio Tiféret sólo uno mismo puede recorrerlo.

El personaje bíblico que representa las fuerzas de Tiféret es Jacob. De él dice el Génesis (25:27) que "era hombre sencillo, morador de tiendas". La expresión "hombre sencillo", o "tranquilo", como a veces se traduce, tiene en hebreo (Tam, tamim) la connotación de "íntegro", "completo". Jacob es el prototipo de persona que elige ser verdadera consigo misma, es decir, ser ella misma, alejándose de las posibles influencias que pudieran corromper su integridad o apartarla de su propósito (espiritual). El es una persona de carne y hueso que expresa plenamente sus emociones, sean de amor o de ira, sin reprimirlas pero tampoco abandonándose a ellas. En realidad, pone todas sus facultades al servicio de Dios y su vida interior es plenamente coherente con su vida exterior, llegando a un tipo de equilibrio característico de Tiféret. En última instancia, se queda sólo (Gen. 32:25) y lucha toda la noche con un ser angélico (3), representación, en general, de todas sus fuerzas negativas. Con la victoria (4), alcanza el grado de Israel, que le abre plenamente las puertas de las esferas superiores del Árbol de la Vida. Y así, el texto dice que "se elevó sobre él el sol..." (Gen. 32:32), indicando su completo asentamiento en la conciencia Tiferética (la cual hemos descrito hasta ahora principalmente en relación con las esferas inferiores, pero que es la llave de paso del Árbol de la Vida, tanto en sentido descendente como ascendente).

"Jacob era hombre sencillo (íntegro, completo), que moraba en tiendas" (Gen, 25:27), Queda por analizar la segunda parte de este versículo, que nos da la clave de Tiféret como equilibrio del Árbol. La Tradición enseña que las tiendas en las que moraba Jacob eran las de Abraham e Isaac. Abraham es la carroza de Jésed, la cuarta sefirá, que representa las fuerzas de la misericordia y de la derecha, en general. Isaac es la carroza de Guevurá, la quinta sefirá, que representa las fuerzas del rigor y de la izquierda. Como veremos más adelante, el mundo (y el equilibrio psíquico y moral de la persona) no puede mantenerse regido desde exclusivamente una de las dos. Jacob fue capaz de combinar en sí los atributos de ambos. En este sentido, Tiféret recibe el nombre de Compasión en hebreo; que es el retardamiento del efecto respecto de la causa (ya que el rigor actuaría instantáneamente) para dar oportunidad y tiempo a la rectificación.

Jacob es el prototipo de hombre espiritual, por contraste con su hermano mellizo, Esaú, amante de la caza, que es el prototipo de hombre natural, regido por el deseo de recibir para sí y con su nivel de conciencia plenamente operando desde el néfesh. Como veremos, el Nombre Elohim se aplica tanto a la sefirá Biná, esfera del mundo metafísico o espiritual, como a la sefirá Maljút, que representa las fuerzas que se manifiestan en el plano de lo físico (pero aquí consideradas en su aspecto más exaltado). El Zohar llama a ambas "extremidad del cielo arriba" y "extremidad del cielo abajo", y dice que "ésta es la herencia de Jacob, siendo él (Tiféret) el travesaño que pasa por los tablones de extremo a extremo (5), pues ocupa una posición en el medio". Es una descripción simbólica de la escalera que Jacob vio en su sueño (Gen. 28:11-17), uniendo lo de arriba y lo de abajo, el cielo y la tierra.

Tiféret es el centro del segundo nivel del alma, llamado Rúaj, que literalmente significa viento, aire o espíritu (Ver el esquema de los círculos de la manifestación del alma). El rúaj es la faceta manifestante y activa de la mente. Su equilibrio esTiféret, el centro en medio de todas las condiciones -como lo hemos definido anteriormente- transcendiéndolas en última instancia. No todos los individuos alcanzan el estado de actualización consciente del rúaj, del espíritu. Para ello es necesario realizar una transformación interior, que conlleva el desplazamiento del centro de la conciencia de Yesod (ego) a Tiféret (sí mismo). El proceso es experimentado como un despertar, incluso como un segundo nacimiento.

El arco inferior del rúaj se solapa con el arco superior del néfesh (Ver el esquema de los círculos de la manifestación del alma). En realidad, es independiente de ella, pudiendo funcionar separadamente, aunque eso sólo se da de forma completa cuando se produce la desconexión con el cuerpo físico. Como veremos más adelante, cada estado del alma tiene un mundo que le es propio. Las sefirot del rúaj, espíritu, consideradas macrocósmicamente son llamadas "cielos".

También el arco superior del rúaj se solapa con la neshamá o alma superior. Como veremos, el nivel propio de ésta última es el del ser puro, el mundo metafísico, en contacto directo con la Luz Divina. Es precisamente la conexión de Tiféret con la neshamá lo que da al sí mismo el carácter de "ser" que hemos desarrollado antes (y recordemos que Tiféret está conectado mediante un canal con todas las sefirot superiores del Árbol de la Vida). El sí mismo es a la neshamá lo que el cuerpo físico es al néfesh: la circunferencia exterior de su energía/inteligencia. Las sefirot en el mundo propio de la neshamá se llaman Palacios. Son las moradas de la Shejiná, la Presencia Divina. En conjunto ese mundo es llamado el trono de Dios, porque el ser puro es el asiento de la Divinidad en el mundo.

Si hay alguna llave que abra las puertas del Árbol de la Vida, ésta llave es Tiféret. El sí mismo es uno y "uno" está en contacto con todas las cosas. Cuando el niño dice: "tengo hambre, dame de comer", la Madre Celeste, Biná (tercera sefirá), con su Entendimiento provee sus necesidades con amoroso cuidado; y el Padre, Jojmá (segunda sefirá), le enseña con su Sabiduría, la que es desde el Principio.

Pero el niño deviene hombre. El sí mismo no sólo ha de nacer. También ha de crecer, evolucionar hacia las sefirot superiores. Para empezar, no basta con acceder a Tiféret. Hay que permanecer en él, actualizar ese estado de forma permanente en la propia vida. Y eso exige lucha, esfuerzo. Con ello, entramos en la temática de la siguiente sefirá: Guevurá.




(1). Mientras que Yesod es descrito mediante el simbolismo lunar, que refleja la luz de Tiféret, como la luna la luz del sol.
(2). Como hemos dicho antes, Tiféret necesita a Yesod para actuar en Maljút. Tiféret, la conciencia subjetiva, y Maljút, la conciencia objetiva, son las dos mitades de una misma entidad que fueron separadas, como Adam y Eva, símbolos respectivos de estas dos sefirot. La relación entre Tiféret y Maljút se expresa mediante otros conjuntos simbólicos: el Hijo y la Hija, el Rey y la Reina o los esposos en el Cantar de los Cantares. Y en un plano más exaltado, del cual también todo lo anterior es simbólico, como la relación entre el Santo, Bendito Sea -la manifestación activa de Dios en la Creació- y la Shejiná -su divina Presencia pasiva e inmanente.
(3). Para algunos el ángel de Esaú, pero éste, al mismo tiempo, representa al hombre natural, sometido a sus instintos, como se explicará más adelante. El nombre usado para ángel es "elohim", un Nombre de Dios, aunque a veces se emplea para designar a una entidad sobrenatural, de tipo angélico, por ejemplo. En el caso de que se interprete que Jacob lucha con el mismo Dios, como parece deducirse del contexto (así, llama al lugar Peniel o Rostro de Dios), se trataría de un suceso similar al que acontece a Moisés poco después del episodio de la zarza ardiente. Su papel es purificar al individuo de toda traza de negatividad incompatible con la absoluta santidad de lo Divino.
(4). No completa, de ahí la dislocación del muslo (derecho, que representa Nétsaj). El hombre, mientras está encarnado, no puede alcanzar una victoria absoluta sobre su naturaleza inferior, aunque sí mantenerla sujeta.
(5) Una referencia a la construcción del Tabernáculo en el desierto: Ex. 26:28. Por otra parte, Lea y Rajel, las dos hermanas esposas de Jacob, representan respectivamente Bina y Maljút.


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